¿Hacia una humanidad sin humanidades?
Savater menciona que “uno de esos fantasmas es la hipotética desaparición en los planes de estudio de las humanidades, sustituidas por especialidades técnicas que mutilarán a las generaciones futuras de la visión histórica, literaria y filosófica imprescindible para el cabal desarrollo de la plena humanidad” (Savater, F. (1997)), como bien se menciona las humanidades.
Los planes de enseñanza se enfocan en conocimientos científicos o técnicos que se consideran útiles en el ámbito laboral y que tienen una aplicación práctica directa. Algunos de los avances tecnológicos y los descubrimientos recientes tienen un mayor prestigio para estos conocimientos, mientras tanto el pasado o teorías especulativas pueden ser vistos como una pérdida de tiempo. A menudo, se ve con escepticismo cualquier intento de comprender el mundo en su totalidad, ya que estas aspiraciones a menudo han llevado a ideologías totalitarias en el pasado y pueden dar lugar a controversias que el pensamiento políticamente correcto del momento prefiere dejar abiertas para que cada individuo elija su propia interpretación.
onsolidó en el siglo pasado debido a la creciente complej
idad y especialización de los conocimientos, lo que hizo imposible para el sujeto abarcar todo el saber. Esto llevó a la renuncia y la especialización, que algunos interpretan como una cuadrícula inhumana. Por otro lado, los científicos pueden ridiculizar la ineficacia de las palabras de los literatos. Es importante señalar que esta separación cultural no es una constante necesaria y es un fenómeno contemporáneo. Muchas de las figuras más ilustres de nuestra tradición intelectual no la habrían apoyado.
Se dice que el
humanismo busca desarrollar habilidades como el pensamiento crítico, la
curiosidad, la lógica, la sensibilidad hacia las grandes obras del espíritu
humano y una visión general del conocimiento. No hay argumentos serios que
indiquen que el estudio del latín y el griego sea más propicio para desarrollar
estas habilidades que las matemáticas o la química. Estos son solo ejemplos que
se mencionan con imparcialidad, ya que el autor reconoce su propia incompetencia
en estas disciplinas.
Aún existe un
debate en torno a las humanidades que no se centra principalmente en la
denominación de las materias que se van a impartir, ni en su carácter
científico o literario. Todas las disciplinas son importantes, algunas más
oportunas y otras imprescindibles, al menos desde la perspectiva de los
profesores cuyo futuro laboral depende de ellas. La oferta educativa se amplía
año con año, con la incorporación de nuevas materias. Se incluyen la música, la
pintura y la escultura, el cine, el teatro, la informática, la seguridad vial,
los primeros auxilios, la economía política, la expresión corporal, la danza,
la redacción y el análisis de los periódicos, entre otros.
Las materias
docentes, independientemente de cuáles sean, son enseñadas de manera ineficaz,
y que expulsa del conocimiento en lugar de atraer hacia él. Dejando a un lado
la incompetencia de algunos profesores o al menos esos recuerdos que tiene algunos
alumnos, así como las malas influencias sociales, como la seducción de la
televisión que aleja de los libros, la prisa por obtener resultados rentables a
corto plazo que impide el necesario sosiego escolar.
El autor argumenta
también que, para enseñar una materia, el profesor debe despertar el deseo de
aprender en los estudiantes, ya que aquellos que no sienten interés por la
asignatura difícilmente aprenderán algo. Para lograr esto, el profesor debe estimular
la curiosidad de los alumnos con anécdotas interesantes y ponerse en el lugar
de aquellos que no están apasionados por la materia. Se critica la pedantería, y la ciencia por sus fundamentos teóricos en
lugar de empezar por las inquietudes y tanteos que han llevado a establecerlos.
Además, la ciencia tiene su propia lógica epistemológica que difiere
radicalmente de la lógica pedagógica que debe seguirse para iniciar a los
neófitos en su aprendizaje. En lugar de enseñar desde los planteamientos
teóricos actuales, a veces es más pedagógicamente aceptable enseñar desde
teorías que ya no están totalmente vigentes, pero que son más comprensibles o
estimulantes para los estudiantes. Es por eso que es importante abrir el
apetito cognoscitivo del alumno y no agobiarlo ni impresionarlo.
También expresa
las diferencias entre un maestro pedante y uno humilde, así como la importancia
de fomentar las pasiones intelectuales y usar un lenguaje sencillo al enseñar.
El autor expresa que el maestro pedante se enfoca en demostrar su propia
inteligencia y ser admirado por sus compañeros, en lugar de ayudar a sus
estudiantes a aprender. Mientras tanto, el humilde maestro se esfuerza por
ayudar a sus estudiantes a aprender, incluso si son principiantes. El autor Rivera
cree que un buen maestro no solo debe enseñar hechos y teorías, sino también
mostrar a los estudiantes los caminos metodológicos que llevaron a estos
descubrimientos. Además, el profesor debe cultivar pasiones intelectuales en
sus alumnos y recordar que sus alumnos no pueden convertirse en profesionales
en su área temática. La memorización a veces se infravalora en la educación
contemporánea, es esencial para desarrollar la inteligencia y la memoria.
La educación es un tema crucial en la sociedad actual. Una de las principales preocupaciones en cuanto a este tema es la forma en que se enseña y cómo se transmiten los conocimientos. Esta educación debe estar enfocada no solo en enseñar datos y conceptos, sino en desarrollar la sensibilidad narrativa y literaria de los estudiantes. Como se menciona en el texto "humanos no somos problemas o ecuaciones, sino historias; nos parecemos menos a las cuentas que a los cuentos".
Es por eso que la enseñanza es capaz de narrar cada una de las asignaturas, vinculándolas a su pasado, a los cambios sociales que han acompañado su desarrollo, y a la forma en que estos conocimientos afectan nuestras necesidades vitales y nuestros sueños. La verdadera humanidad está en las materias de estudio que conservan vivo el latido.
Es importante que no se pierda ni minimice la consideración histórica en nuestros aprendizajes básicos, aunque comprender la historia sea mucho más difícil que memorizarla. Quizá sea oportuno, como se ha sugerido a veces, que se acostumbre a los alumnos a leer la historia de sus naciones.
También se habla de una sensibilidad narrativa que es ante todo sensibilidad literaria, básicamente se aprende leyendo, aunque haya otras importantes formas de narración que la educación tampoco debe descuidar, como la cinematográfica. Sin embargo, leer es siempre una actividad en sí misma intelectual, un esbozo de pensamiento, algo más activamente mental que ver imágenes: después de la palabra oral, la voz escrita es el más potente tónico para el crecimiento intelectual que se ha inventado.
En algunos
casos, el exceso puede ser contraproducente y se logra que los alumnos aborrezcan la lectura convirtiéndola en obligación, en lugar
de contagiarla como un
placer. La lectura y la escritura deben ser vistas como una tarea de la
educación humanista que resulta más fácil de elogiar que de llevar eficazmente
a la práctica. Es importante que los estudiantes se sientan atraídos por la
literatura y la escritura, y no las vean simplemente como una tarea más.
En conclusión,
la educación debe estar enfocada no solo en enseñar datos y conceptos, sino en
desarrollar la sensibilidad narrativa y literaria de los estudiantes. La sensibilidad
narrativa es una forma de entender la vida y la historia, que nos permite
comprender y asimilar el mundo que nos rodea. Los maestros deben ser capaces de
transmitir la importancia de la lectura y la escritura, de tal manera que los
estudiantes las vean como una herramienta de enriquecimiento personal, y no
simplemente como una tarea más. Además, el profesor debe cultivar pasiones
intelectuales en sus alumnos y fomentar las materias de humanidades para tener
una mejor comprensión consigo mismo y con el mundo. Recordemos que el
conocimiento es más rico cuando se aprende a través de la lectura.
Bibliografía:
- Savater, F. (1997). Capítulo 5 ¿Hacia una humanidad sin humanidades?, El valor de educar. Barcelona: Ariel.